Otra vez con la cruz a cuestas. La procesión va por dentro. El sol ofrece una de cal y otra de arena. Arena de cantera, arena juvenil para La Victoria de la primavera. Cuatro meses de hibernación, cuatro meses de temporales refugiados en el caralibro, flagelándose a media luz, y la gente sale como loca a la calle. Hay una crisis tremenda. Todo lleno. Casi todo. Extremeños en la Tacita, gaditanos en la Sierra. Y una playa oficial maqueada para la ocasión, tanto rollo para nada, póngase la rebequita que refresca en la orilla del mal, ya no puede uno fiarse ni del hombre del tiempo. Los hosteleros reunidos y cabreados maldicen sobre las previsiones de lluvia y recogen ahora los frutos prohibidos y la bendida improvisación. Sin reservas, con menos reservas que antaño, ajustándose a nuevos comportamientos turísticos, estilo "aquí te pillo, aquí te mato", el sector fenicio respira aliviado, aunque siempre mosqueado. Al pobre pirulí de la Habana.
Si los hoteles llevan la penitencia en el mapa del tiempo de cada telediario, las isobaras pierden credibilidad y en el caso gaditano dependen tanto de los cambios del viento como del humor con denominación de origen, las playas se ríen hasta de su sombra. Semanas de polémicas en torno a la cantidad y calidad de la arena, visitas de las autoridades incompetentes para certificar que la playa está en su sitio y de paso tomarse unas fotitos, y hace una rasca que sugiere a Poniente remolón. Preguntas en el aire: ¿Adónde señalan los políticos con el dedo cuando visitan una obra? ¿Por qué no visitan las obras que llevan años de retraso? Oh, la playa acoge estos días a gente desnortada con ganas de adelantar sus emociones. Lo suyo sería alquitranarla.
Para más inri, el mar de plata pierde sus letras en San Juan de Dios, el weather report se ha convertido en la religión del futuro, las cabañuelas también fallan más que una escopeta de feria, estamos rodeados, cabañuelas no adoptan su nombre por mor de la espantá del presidente de la Diputación en el congreso agriñanao. Las cabañuelas de este año hablan de un veranito con tela de viento. Vientos africanos de Levante, vientos fresquitos de Poniente. El tiempo está cambiando, el turismo también. Un empleado de cierto hotel gaditano, obviamente desde el anonimato, critica a la patronal por la falta de empleo en el sector incluso en las mejores épocas del año, ya se sabe que el sol es sagrado para las cuentas turísticas, y que la cantidad y la calidad del servicio, como de la arena, se resiente cuando la cosa va cortita con sifón. Como la Semana Santa, que para muchos se ha quedado en cuarto y mitad, se acabaron las vacaciones, ahora molan las escapadas de última hora.
Al amparo de la extraordinaria luz de Cádiz, hermana mayor del veleidoso sol de las narices, ayer llegaba la última oleada de turistas. "Queramos o no queramos, y mientras no se apueste por otra cosa, aquí la gente viene por el sol y las playas", y al principio de la Semana Santa halló nubes y caras largas en la ciudad que sonríe por lo bajini, y algún que otro clavazo, ambiente dispar en el paseo marítimo y el centro, la franquicia del sol y contrato basura para las malas ideas. Los devotos del sol no encuentran consuelo. Siempre nos quedará el turismo rural.
Puro contraste. La vida va más allá de un pamplineo en el caralibro, la pasión según San Lorenzo, el bañador en el bolsillo y un cuartetero cofrade. Surge luego, en un conocido bar, la eterna diatriba sobre el gasto del turista, está la cosa muy mal, un euro más la bombona de butano, hay quien ha subido ya el iva por su cuenta, dos o tres ivas pa redondear, y quien ha bajado los precios para captar fieles del sol. Ya vienen. Sin reservas. Con ganas de partirlo tó. Demasiado tiempo en la sombra. Llegan a la cuna de la libertad condicional. La Pepa estrena tanguita de día y mantilla de noche.
Abril 10, Cádiz, Diario de Cádiz
viernes, 2 de abril de 2010
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