Al abordaje. Nada que ver con los cuatreros financieros de este tiempo. Corsarios alrededor del Doce. Aviso a navegantes en el Estrecho. Rindiendo cuentas a la historia. La futura novena provincia de la Pepa, con patente de corso para jorobar a los rivales. Y un botín de mentirijilla, pura novelería. Más pirateo muestra el siglo XXI. Un historiador algecireño, profesor de la Uned, apasionado del mar y todas sus esquinas, ha investigado sobre los corsarios españoles antes y después del Doce. Mario Ocaña, merced a la edición de El Boletín Cultural de la Bahía y sus homólogos del Campo de Gibraltar, sabe que ancho y profundo es el tiempo del mar. Y confiesa, para sorpresa de gaditanos recelosos del sur del sur, que Algeciras "también vive ahora de espaldas al mar". Ya somos dos.
Los corsarios españoles que cruzaron el Estrecho en época tan crucial como la que comprende entre 1786 y 1814 "estaban tan bien organizados como una empresa cualquiera, ejerciendo su actividad legal desde un punto de vista jurídico. Los dueños de los barcos eran los empresarios, el barco su medio de producción, y la marinería, los trabajadores". Nada que ver con bancos, reformas laborales o expedientes de regulación del futuro. Ocaña relata en su libro las aventuras de los corsarios hispanos a lo largo y ancho de este mundo, refleja el volumen de tráfico marítimo internacional del Estrecho e incluso deja hablar a los capitanes en primera persona, esos capitantes escribieron la historia en los archivos de protocolos notariales que ha empleado Ocaña. Los notarios, haciendo historia y llevándoselo calentito. Pelos y señales de cada acontecimiento, naufragios en la costa descritos con "un vocabulario magnífico y una minuciosidad sensacional". Ocaña confiesa sentirse un poco "chalado por el mar", en su casa guarda multitud de libros y misceláneas en torno al mar. "Estamos rodeados". De mar y de corsarios que actúan en nombre de la autoridad local o provincial. Si Cádiz lamenta vivir de espaldas al mar y lucha a diario por tornar su suerte, Algeciras quiebra el tópico. "Aquí también vivimos de espaldas al mar por culpa del superpuerto, que retrae a la ciudad de forma notable. Algeciras se encuentra cerrado, bloqueado por su megapuerto. De acuerdo, Algeciras restó importancia al puerto gaditano, y su puerto es la primera fuente de riqueza, pero hay una cara y una cruz del mar. Demasiadas leyendas", sentencia, no sin antes recordar que Algeciras, su puerto natural, apenas disponía de infraestructuras en el siglo XVIII, cuando Cádiz monopolizaba el comercio marítimo con las Américas". Oh, la edad de oro de Cádiz, qué tiempos, ni que los hubiéramos vivido.
Los años del bloqueo del puerto gaditano en manos de corsarios ingleses (los británicos fueron amigos y adversarios, a capricho de la historia), muchos comerciantes gaditanos encontraron exilio, forzoso pero balsámico, en Algeciras, generando beneficios económicos y buscándose la vida, ambos gerundios tan necesarios y utópicos a los doscientos años de la Pepa. "El libro demuestra claramente que todo experimentó un brusco cambio a partir de 1808. Hasta mayo del Ocho ejercían gran actividad los corsarios hispanos junto a franceses, daneses o ingleses. Cambia la tortilla con Trafalgar. Los franceses ni aparecen". Se les espera para el Doce, tirabuzones aparte. La salida natural de Europa, Cádiz mismamente, hablando inglés o franchute indistintamente, y el viento de Levante, causando estragos en los esqueletos y entendederas de los guiris.
La obra de Ocaña hace alusión al primer ayuntamiento constitucional de Algeciras, al amparo de Las Cortes de Cádiz, en dato acaso inédito hasta ahora. Nunca se sabe. Siempre surge un historiador asegurando que llegó el primero. Ocaña ilustra una Algeciras ocupada por los franceses, sitiada pero de forma "más ligera" que otras poblaciones de la provincia. ¿De qué provincia? Del reino de Sevilla, pues Cádiz, la Bahía, Jerez y la futura novena provincia pertenecían a Sevilla, abstenerse fanáticos. "Algeciras y Cádiz tenían más contacto por mar que por tierra, pues se hallaban muy separadas física y administrativamente". Como si fuera ayer, oiga, las bahías tan cerca y tan lejos. "Ya han mejorado las comunicaciones gracias a la carretera por los Alcornocales". Por ahí sí, inténtelo vía Comes, un viaje interminable, aunque precioso de veras.
"Los corsarios no eran unos desalmados, nada que ver con los piratas, ni se les consideraba bandidos del mar. Es más, eran plenamente aceptados por la sociedad y pertenecían a todas las clases profesionales. Se jugaban fianzas importantes, navegaban regulados por órdenes y proyectos, no eran sanguinarios ni violentos". Ocaña deduce de la exhaustiva documentación analizada que la actividad de los corsarios ni siquiera causaba crímenes más allá de los habituales en la época, y en cambio favorecían una intensa reación marítima y comercial con otros rincones del planeta". Recuérdese que no existía internet, no había rotondas en el mar, ni por supuesto teléfonos celulares para conectar América con el Mediterráneo, los Mares del Norte con el Guadalete. Pero La Isla vendía toneladas de sal, a través del puerto algecireño, en el norte africano, y los astilleros gaditanos se nutrían de madera, carbón vegetal y otras materias primas llegadas desde el sur del sur. Barcos menores burlaban la vigilancia de los ingleses, que se pusieron un poco hartibles en su día, lo mismo que los barcos procedentes del marco de Jerez engañaban a los británicos en plena eclosión del comercio bodeguero. La historia del brandy y del sherry deja patente que los barcos gaditanos, o será mejor decir jerezanos, disfrazaban su identidad, la marinería se teñía el pelo de rubio, y demás triquiñuelas, para eludir el veto y bloqueo de los ingleses a los productos de la España cañí. De ahí procede el dicho tan redicho de "hacerse el sueco". Y de la misma época viene otra frase hecha, legendaria, a modo de advertencia: "Ya pagará el inglés el vino que ha bebido". Hay quien ha cobrado ya. Ocaña confirma la frecuencia con que los barcos cambiaban de bandera, falsificaban sus roles de navegación o practicaban otros modos de camuflaje, métodos de picaresca para dar coba al enemigo.
"Tarifa sufrió un asedio en toda regla, cuando Algeciras tenía un siglo de vida y era una ciudad pequeña", recuerda Ocaña, quien pone de manifiesto el papel que cumplió después, en la batalla de Bailén, el general Castaños, a la sazón gobernador del Campo de Gibraltar, muchos años antes de que John Lennon se casase con Yoko Ono en la Roca y mandase al Caribe a los Beatles. Aquella fue la primera vez que vencía un ejército de línea. Su mérito tendrá también la batalla de Chiclana.
Ocaña subraya, por si alguien barruntaba algún resquemor entre bahías complementarias que ahora se miran de reojo, que "la historia hace justicia con Cádiz y La Isla, en relación con las Cortes de 1812. Es normal que no se hable de Algeciras. Cierto es que hubo representantes algecireños en Las Cortes, entre ellos el llamado cura de Algeciras, el cura Terrero, pero hay poco que debatir, el protagonismo básico es y será de Cádiz".
De vuelta al futuro, Ocaña piensa en voz alta: "No sé qué ocurre entre Cádiz y Algeciras. Hay un mal rollo administrativo, unas reticencias y miedos que impiden abrirse a ambas partes. En el Campo de Gibraltar se tiene la sensación de que Cádiz no quiere o impide la unión entre las bahías. Esto nos pasa por los políticos que tenemos, si fueran más inteligentes otro gallo nos cantaría. La política debe tender a aplicar soluciones generales y aquí, en cambio, impera la micropolítica, política de mi calle, la calle de arriba, mi ciudad y los vecinos". Al abordaje.
Abril 10, Cádiz 2012, Diario de Cádiz
La foto es de Eduardo Albadalejo
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