domingo, 11 de abril de 2010

Las batallitas del abuelo Víctor

Tres horas después, Víctor Manuel, que ha sido capaz de envolver al público del Falla en un manto de silencio, milagro verdadero en tiempos que a nadie escuchan, rompe la sobriedad de la escena y se dirige al borde del escenario. Rodea su propia silueta recortada por el paso del tiempo y de pronto se encarama en lo alto de un altavoz y salta hacia el patio de butacas, como si fuera Bruce Springsteen. "¡Es que no encontré las escaleras!", confiesa luego un poco ruborizado el artista, en los camerinos, donde se deja retratar y estampa su firma en dos libros de honor: el del centenario Teatro gaditano y el de la librería Manuel de Falla. La gente, que durante el recital apenas pestañeó para no perder puntada de la biografía personal y colectiva de cuarenta años de canciones, se arremolina junto al artista, le devuelve el cariño con besos y abrazos y alguien exclama: "¡Vuelve con Ana!"
Más delgado, todo de oscuro, canoso sincero, y acompañado por su hijo David a los teclados y Ovidio López a la guitarra, el cantautor asturiano se deja querer por un público mayormente veterano, aunque algunos padres ceden el testigo a sus hijos. Y emprende un viaje muy especial hacia su universo sonoro y sentimental, sencillo y preciso, de emociones contenidas y puñetazos al aire. Curiosa forma de desnudarse en público, triple salto sin red, dando la cara, hablando bajito y claro al mundo altisonante, altivo e insolvente. Víctor recorre cuatro décadas a base de retales vitales, monólogos, una pizca de ternura y el fraseo de su voz tan característico.
La infancia y adolescencia en Asturias merece canciones como "Mis recuerdos", que abre el concierto, "La romería", "Paxariños", "Carmina" o las estremecedoras "El abuelo" y "La planta 14", cuyos arreglos sugieren nuevos caminos pero no restan tensión dramática a las historias alrededor de la mina. "Mi abuelo se murió sin decirme si había escuchado la canción, pero creo que lo hizo, porque un día me dejó caer que yo iba diciendo que la abuela le escondía el tabaco". Víctor narra y canta, desvela algunos detalles íntimos de cada composición e incluso ofrece la receta de las patatas a la importancia. Habla de toda su familia, de Juanín de Mieres y de sí mismo. "Fui un pésimo estudiante, tuve que esconder las notas a mis hijos para animarles a estudiar".
Se suceden los temas como si fuesen años, y años como si muriera la amnesia. Víctor se pone farruco. "Ahora recomiendan el olvido, quieren pasar página, pero yo recuerdo los nombres y apellidos de todos los hijos de puta que nos ultrajaron". El juglar subraya con lápiz colorado los tiempos de la censura, se burla de la censura, y pese a que no abusa del discurso político cuando canta alrededor de los años setenta, a la postre, en referencia a la ley de memoria histórica, enfatiza que los mal enterrados ni mueren ni reposan. Antes se pregunta por quién lucha o abre las puertas de par en par al amor. A mitad de película conoce a Ana Belén, canta a Pilar, la gente le pone color al corazón, Víctor siempre fue muy envidiado, por su mujer y ahora por su hija. Alude a David y a Marina, canta a los suyos como si fueran de todos, y admite que las canciones, a veces, esperan afuera a que salgas a buscarlas o te encuentran de improviso. De ahí que el autor juegue un poco con su sombra y ofrezca algo de guasa, un "pasodoble asqueroso" con pito de caña, una diatriba antimilitarista que fue tachada por la censura y un canto a la amnistía que le granjeó su única noche en Comisaría. O la legendaria "Cómicos" adorados y calumniados que sigue vigente. Como tantas otras.
El año que "perdimos el miedo", muerto el dictador, Ana estaba embarazada y Víctor retornó a las listas de ventas con su corazón tendido al sol. "Sólo pienso en ti" suena rotunda. "Maricruz y Antonio, cordobeses de Cabra, tuvieron tres hijos que ahora cuidan de ellos". Sale la luna llena que compró un chileno por 42.000 pesos, y a quien Nixon tuvo que pedir permiso para consumar el primer viaje del Apolo. Brotan las aguas turbulentas del 23-F, "no me hablen de patria", rocanrol castrense, swing asturiano, los arreglos brillan con diferentes tonalidades y ritmos. Camisa blanca de esperanzas vanas entre dos o tres Españas, trenes que pasan toda la vida, ay amor, nada sabe tan dulce como los besos de la amada. Víctor, así las cosas, cambiando de siglo, apunta que la auténtica revolución de hoy pertenece a la mujer, que está como loca por "librarse de nosotros". "El día que obtenga la independencia económica seremos hombres abandonados en plena calle". Y clama contra la violencia de género, otrora llamados eufemísticamente crímenes pasionales. Antes de lanzarse al vacío, Víctor apura los bieses con "Asturias". Ha vivido para cantarlo. En blanco y negro y a todo color. Lecciòn de humildad para los vendedores de humo e inventores de crisis. Qué lindas las batallitas del abuelo Víctor.

Abril 10, Cultura, Diario de Cádiz

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