Caballitos de mar. Caballos sin motor. Combustible, el sol de la manzanilla. Langostinos de metro y medio. Niños porfiando contra el tedio. Aparca el coche, coge el camino, saca la fusta, acaricia a tu amigo, apuesta por él, puedes apostar a ganador, puedes apostar al colocado, media botella de cariño mutuo, recuerdos de la duquesa roja, pura sangre del orgullo. Las carreras de caballos de Sanlúcar son perfectas contra la crisis, ¿qué crisis? El descanso del guerrero Zapatero. Los jinetes comen poco, escuchimichaos, pero mira cómo corren, y los caballos no gastan barriles de brent, pero se antojan incombustibles. ¡A galopar! ¡Hasta enterrarlos en el mar! Ya se sabe que Sanlúcar tiene un sabor especial, tiene encanto y caballos que vienen de Bonanza, tiene a un genio llamado Caballero Bonald y un montón de pasos de cebra invisibles en plena arena. Cortan el viento las jacas caminito de Minnesota, el derby de Kentucky está al caer, se va a montar un pollo, qué te apuestas. Ahora los caballos pertenecen a una raza casi en extinción, como los fuegos inmobiliarios del verano, y el pedigrí y el pitiminí duermen el sueño de los injustos, la playa de la democracia le echa un rentoy al olvido y nadie recuerda a Jacinto Benavente, quien a su llegada a Buenos Aires, tras comprobar que un équido de esos que corren a calzón quitao le arrebataba la portada de los diarios, exclamó: "Quién fuera caballo". Eso mismo dijo Ben Hur y fíjate tú, y todavía no ha venido. Va por la quinta manzanilla, apuesta al colocao.
Agosto 08, Verano (Diario de Cádiz)
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