Palabras mayores en el Falla. Muchos quinquenios en lo alto, al compás de las olas y cobijo contra la tormenta, coplás del vaivén, el triunfo de la pena negra y las dos o tres caras del sur. Vino verde, verde luna, la gracia y desgracia de Andalucía. Los fados de Juan Santamaría, las habaneras de ida y vuelta, la solera de la orquesta y coros de Julio Pardo y la riqueza expresiva de la obra de Carlos Cano, eje del espectáculo de ayer y siempre, llenan el teatro de dulce melancolía. Dos horas memorables en color sepia. Carlos Cano decía que los fados parecen tangos a 45 revoluciones por minuto. En Juan Santamaría y el coro de Pardo, nada pertenece a nadie, todo fluye, se hermanan las músicas transoceánicas y hasta el dolor suena lindo y arrebatador. Carlos Cano, en el corazón.
"Tengo el corazón encogido", suelta una señora casi a los postres. Corazones descosidos, la rosa del tiempo que no volverá, los vientos a porfía y la violeta de arena y sal, recuerdos, cuchillo y rosal. Palmas y silencios. Santamaría canta al más puro estilo Cano, los influjos se antojan mutuos en esta historia. En busca de la senda perdida, pasteles en el convento de las Esclavas de Santa Rita, y en el fondo del mar interior, la raíz amarga de García Lorca. Dos poemas de Federico se asoman al mediodía, las gacelas y la casida del llanto. La alegría de morir. Y viceversa. Añoranzas de futuro. Cadencia de la decadencia, la puerta del agua pura y clara, el amor enemigo mío por el que clamaba Federico. "¡Eres único, Juan!" "¡Qué pedazo de coro, Julio!" Piropos al aire. "Arte de Cádiz y gracia de Ayamonte". Pa que vean que el arte de esta tierra no sólo se alimenta del chufleteo y que a nadie amarga un dulce ni una paradoja. La lluvia saca a relucir las glorias y miserias, cantar en el Falla es golpear las puertas del cielo. Viene gente de la frontera.
Amalia Rodrígues era María la Portuguesa para Carlos Cano, desvela Juan, discípulo de ella, aprendiz de él. Profundidad y misterio, la copla hace llorar a una señora de junto, corre el rimel del olvido, de la ausencia y quizá de la desazón. Saca el pañuelo, canta bajito, menos mal que nos queda Portugal, qué desespero de bolero. Ella tiene cara de bolero, la copla rezuma sabor de ultramar, atlántica y esdrújula, habaneras imposibles, prisioneras de Cádiz y su departamento mundial. Alguien se acuerda de Enrique Urquijo, diez años sin sus secretos a voces, el cantante de la oscuridad que tan bien cantó a Amalia la Portuguesa.
En un interludio muy personal, Juan Santamaría entona piezas de su repertorio, entre ellas la legendaria "Los ejes de mi carreta", de Atahualpa Yupanqui, milonga que suena hermosa. Por si la tristeza atrapa a la gente, el cantante se arranca por una marcha de San Antonio, alegría para el cuerpo, y la gente flipa en colores, un abuelete saca el bocadillo y una vecina de patio de butacas amenaza con una bolsa de plástico. Silencio. Vuelve García Lorca a cerrar su balcón a la pena, se nota que Juan Santamaría fue monje antes que cantante de fados, y que la selección del coro de Julio Pardo domina el Falla a la perfección. De categoría, oiga, las cuerdas tocan la fibra sensible del personal en magnífico instrumental a la gloria de Carlos Cano, Juan también se acuerda de la bella y antigua Lisboa, hasta que las patriotas Habaneras de Cádiz mandan la tristeza al mismo Caribe.
Noviembre 09, Cultura, Diario de Cádiz
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