viernes, 13 de noviembre de 2009

Gente que canta, cuchillo en la garganta

Qué ratito más bueno para futboleros y pendencieros. Pocas manifestaciones de la vida moderna ofrecen tanta emoción como un derbi entre hermanos a la gresca. ¿Quién dijo miedo? Efervescencia grupal, que diría un psiquiatra de masas antes de pegarse un tiro en la sién. Cien disparos al aire por cada golpe de aliento. Lucha de clases en las gradas del circo romano, espuma blanca en la cresta de la ola, clima de alta tensión en el fondo del mar, la secta del mal, lo peorcito de cada casa, más mequetrefes hay en tribuna pero no chillan. Por una vez, el Sur lleva la voz cantante.
La labor del tío del megáfono no parece baladí. Lanza al aire consignas a viva voz, pone en guardia al personal para entonar algún himno guerrero, admite sugerencias si se tercia y, aunque parezca lo contrario, ordena el caos con cierta destreza y hasta serena los ánimos en un momento dado. Sus directrices, captadas al vuelo en medio de la vorágine, son seguidas casi al unísono por los brigadistas de Fondo Sur, que esta tarde se asoman a la puerta del gol sin el banderón del Che pero con el orgullo reforzado. "¡Fascistas fuera del estadio!" La consigna viene al pelo, algunos niñatos béticos lucen símbolos nazis, una bandera de la España franquista, prohibida pero consentida, y otros signos de provocación. La tarde promete. Al fondo a la izquierda, casi nada es lo que parece, los gestos, las palabras y los silencios cortan el aire. De cómo la gente salva un punto en el último instante.
Hay partidos sin principio ni final, y partidos que no necesitan descanso. Sin apenas respiro, el psicodrama del Cádiz-Betis ofrece varios nudos y un montón de desenlaces posibles, se amontonan los dimes y diretes, arde la sangre y el Sur se retuerce de placer y de dolor, habla por la herida e incluso obra el milagro. Acuerdo Norte-Sur en lo mejor del querer. Los cánticos de las Brigadas Amarillas rebotan en el corazón propio y el Norte los hace suyos hasta completar una escena memorable. Ocurre antes de lo previsto, cuando las rimas aún no han subido de tono. Ocurre en la cúspide del gol de la victoria fugaz. Y resucita en los postres, con todo perdido. La aparición de signos pretéritos, emblemas odiosos y proclamas con guasa sevillana encienden la mecha. El público local echa un ojo al juego y otro al adversario ubicado a tiro de piedra. Las miradas matan cualquier atisbo de compasión. Caza de fachas desde el Fondo Sur. No conviene elevar una voz a la categoría de anécdota, ni mucho menos de noticia, pero se escucha de todo. Desde el clásico "¡míralos, míralos, ya se han mosqueao!", que evoca días de colegio, hasta el grito común contra los "fachas", para los más radicales "españoles", que invade a ratos las gradas. Hay quien se lo toma en serio y cita a sus rivales en la calle. "Luego, luego nos vemos", con profusión de expresiones callejeras la mar de curiosas. Más de uno/a amaneció ronco/a el lunes por la mañana. De todos modos, la expresión "fascista" parece ahora más acorde a una situación mental que a un lugar político. Pero más político que religioso. El fútbol, como ocio del pueblo y religión de este tiempo, retrata a la gente. En las Brigadas Amarillas, heterogéneo grupo crecido al amparo de los otrora temibles ultras, hoy respetables aunque cadistas hasta la médula padres de familia, no encajan los "fachas". Del grito antifascista se extrae un sentimiento de clase obrera, se pueden adivinar historias familiares y personales, años en el dique, la crisis industrial, el desencanto y otros factores. No entienden los brigadas cómo se puede ser de ultraderecha viniendo de un barrio pobre, de ahí la feroz respuesta del domingo. Los gritos racistas encontraron su respuesta.
La hinchada amarilla marca estrechamente a los fanáticos verdiblanos, el resto de aficionados vecinos comparte la tarde con su anfitriones sin problema alguno. Y en el centro de la tormenta de ideas, tampoco llega la sangre al río. Ellos vienen de Primera, nosotros de Segunda B. En el momento crítico del choque, el Sur fuerza el empate. Ya pasó en Primera, cuando la afición cadista salvó algunas victorias en casa, no mienten quienes a veces atribuyen empates o victorias al empuje del público. Desde dentro, se siente la marea, se escuchan rumores de alta mar, se intuye el porvenir inmediato, alguien canta el gol como un pálpito, el ritmo del canto del sur del estadio mantiene el partido vivo. Al repertorio habitual, que el tío del megáfono marca según el interés de cada pasaje, se añaden grandes pamplinas, bastinazos en do mayor, frases sin sentido, contiagioso ánimo en ritual dominical ya ancestral, hasta la igualada final. Ya se sabe, en estos casos brilla el lado oscuro y florecen rencores y maldiciones mutuas, aunque también se advierte cierto respeto, se acuerdan de los muertos de ambos bandos, que es como dar recuerdos a la familia, y las madres pagan el pato. También se la lleva un mortal un gordo, el gordo, siempre hay un gordo al que disparar ocurrencias. Suenan canciones y golpes de efecto de toda consideración, alguno de ellos provoca cierta vergüenza propia, el "aquí hay que mamar", por ejemplo, pero otros suenan a gloria. El Sur teatraliza el partido como si le fuera la vida. El gol que da la vida. Dos tantos como soles ha celebrado el Sur este año, el resto cayó en el Norte, como la lluvia de agua y dinero.
Saltan chispas y brota el humor negro y el ataque verbal a la yugular, donde más duele, los santos. Riman a la Virgen de Triana con una mujer de la cale, y al Cristo del Gran Poder con una mujer a secas. Piden a Lopera que se quede. La cosa se pone criminal, venas saltás y caritas desencajás, y alguien deja caer lo de "suporter que canta, cuchillo en la garganta". Ufff. Nos vemos en la calle. Tampoco es pa ponerse así. Al menos, la gente está viva. Y se comporta con la misma agresividad que un político, un negociante, un soldado, un poeta. Efervescencia grupal. Voces como cuchillos. Fascistas, terroristas, banderas españolas, andaluzas, vascas. En el descanso, que nunca debió llegar, canta La Hoguera la copla del 2012, pero sólo el estribillo, había tiempo para escucharla entera. Tiempo de goles. En el Sur, los goles unen tanto, la imagen se mueve loca, se abrazan en trance los ocupantes de filas distantes, nadie sabe cómo recompone luego la figura la grada, tras tamaño terremoto de alegría. La alegría dura un rato suficiente y vuelve al final. Una joven, que no ha tenido bastante, irrumpe en el silencio final con el peor insulto de la tarde: "¡Sevillanooooooooo!"
Diego estuvo tristón. Ogbeche mostró el torso, regaló la camiseta. Nadie lloró. Fue un desahogo.
Noviembre 09, Deportes, Diario de Cádiz

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