La calle Enrique Villegas no es una calle cualquiera. En la frontera con Portugal, la infalible memoria del célebre creador de los Beatles de Cádiz va y viene, como el Guadiana que apenas mece los barquitos de pesca y recreo. La justicia enemiga del olvido se encarga de dejar caer el sol a plomo. La infancia del autor carnavalesco ve llegar a la familia gaditana del Carnaval infinito, que bautiza el camino como Autopista Villegas, Cádiz-Ayamonte. A Irún fueron muchos más, para consumar el ascenso a Segunda del Submarino Amarillo. En Huelva se encaja un selecto club de corazones nada solitarios. La leyenda de Villegas acelera. Villegas es de Primera, y su calle no parece una calle cualquiera.
Vino de Chiclana y chicharrones. Los peñistas de Perico Alcántara convidan a sus compañeros de viaje nada más cruzar el puente Carranza. Quince Piedras para empezar. Los miembros de la antología calientan sus gargantas, surgen coplillas de toda clase y condición. Villanueva y Rosado, Rivas y Jurado, Bustelo y compañía. Tonos y politonos. "Vamos a parecer de otro sitio", arenga Paco Rosado, las voces entonan los grandes éxitos de Villegas, treinta y dos grados a la sombra. "Se me alarga la vida y soy feliz", a la vera del río Odiel. "¿Qué hago aquí?", se pregunta una chilena invitada. Alguien recuerda el gracejo con que Chano Lobato aludió a su calle, por la que no pasaba ni el cartero, y el "villeguismo" sobra fuerza, Rivas se las sabe todas, hasta la presentación de Los Comuneros. el estilo descriptivo de Villegas impregna el autocar de recuerdos del futuro. El arte de Cádiz, en movimiento.
Un ingenioso viajero lee los cosquis que la Comparsilandia endiña en el Diario a ese lentísimo Ayuntamiento por su escasos reflejos, lo de la calle Villegas no tiene nombre, en Cádiz tiene calle hasta un perro, el gran Canelo, y una mojarrita, y algún que otro mequetrefe. Quizá con la mosca detrás de la oreja, el edil de Fiestas, Vicente Sánchez, acude con la lección aprendida. Se muestra "orgulloso, satisfecho y contento, igual que todos los gaditanos, por este merecido homenaje, la excusa perfecta para alcanzar el hermanamiento entre ambas ciudades". Resalta la vitalidad y la clase de Villegas, recuerda que en el Año Villegas se le dedicó el concurso del Falla y se publicó su biografía, cuya corta tirada ha dejado el detalle en testimonial, pero apunta que "no pueden quedar las cosas aquí, lo culminaremos con la inauguración de su calle en Cádiz, el rinconcito particular en la ciudad que tanto le quiere".
Con la fresquita, el mundo Villegas se abre de par en par. Don Enrique espera su momento en el bar Barberi, fundado en 1917. El padre del dueño fue el último amigo que conservó el insigne coplero, que aparece perfecto, elegante y distinguido. Componentes de la peña Caiga Quien Caiga, jóvenes con memoria, recuerdan que los homenajes de Ayamonte a su hijo Villegas nacieron con la lectura de la biografía escrita por José María Jurado. Muchos de los anfitriones onubenses ya estuvieron en Cádiz semana atrás para preparar el acontecimiento. La petición al alcalde surtió efecto. Con la llegada del verano, y en el día de la música, un importante tramo de la calle Médico Rey García pasa a llamarse Enrique Villegas Vélez. El autor, antes de emprender el trayecto hacia el reconocimiento de su pueblo natal, recuerda que vivió en la calle Zamora, "aquí detrás". A sus 86 años, con casi toda la estirpe familiar a su vera, Villegas recorre en unos segundos la historia de su vida. Todo sucede muy rápido. Al final de la calle suenan ecos de su pasodoble ayamontino, canta la calle cortada a su paso, una ovación quiebra el silencio, redoble de tambores, caja y bombo, palmas por bulerías, gloria viva del Carnaval. "¡Vamos a cantarle a Enrique!", se escucha rotundo. Y reviven el pasodoble de ida y vuelta, los amores repartidos. "Traigo de Cádiz a buena gente/ con el anhelo de conocerte", gratos recuerdos del paladar a viva voz. La chirigota local rodea al maestro, y al grito acompasado de "¡Esto sí que es una calle nueva!" acompañan a Don Enrique a la esquina del teatro Cardenio, en el corazón del Carnaval de Ayamonte.
Todo pasa muy rápido. Villegas, recibido por todo lo alto, saluda a los vecinos. "Mi bisabuelo era médico de su madre", confiesa una señora. Otra se acerca al autor para mostrarle fotos de su adolescencia. El presentador del acto, Rafael Monteagud, esboza la trayectoria vital y artística de Villegas, el primero que tuteó a Paco Alba, el padre de los Beatles gaditanos que dieron la vuelta a España durante ocho años de giras. Y suma "dieciséis años en Ayamonte más setenta años en Cádiz" para concluir que no cabe duda del gaditanismo de don Enrique. Pregonero de ambos lados de su vida, medalla de oro de Andalucía, hijo mimado de la ciudad y de la provincia. "Ayamonte se suma así al Año Villegas".
El alcalde, Antonio Rodríguez Castillo, califica la jornada de "día grande para don Enrique y para Ayamonte", subraya que se trata de un homenaje de "tu pueblo", pues "a petición popular la historia hace justicia". Villegas llora, discreto, e intenta pronunciar un discurso de agradecimiento. Imposible. Rompe a llorar, y un aplauso rotundo se lo lleva hacia el teatro, no sin antes descubrir su propio nombre que se asoma de una bandera blanca y verde.
Por aclamación, a las seis y veinticinco de la tarde, Villegas besa al aire y ocho Beatles de Cádiz inspiran su discurso. Villegas esgrime sus ya famosas cuartillas. "Yo había calculado que me iban a aplaudir y preparé estas letras. Soy más viejo que todos ustedes". Don Enrique pone rumbo a Cádiz, 13 de enero de 1940, y siente el aroma del mar nada más bajarse del tren. Cuenta la anécdota del cigarrito, la odisea primera, y manifiesta que Cádiz fue desde entonces su madre adoptiva, donde culminó su vida y se realizó plenamente gracias a sus doce hijos y más de treinta nietos y biznietos. Recita un pasodoble del año que viene, recién escrito para su nueva comparsa, se emociona de veras, el teatro, colmado de cariños, valora las entrañables palabras de Villegas, hasta el "¡viva mi calle!" postrero.
La antología interpreta un pasodoble de Los Beatles, cuplés de los Dandys Negros, incluido el estribillo de Mosquera mete un gol y vamos a Primera, rumbitas, un pasodoble de los Hombres Lobo, otro de Quince Piedras y la escena de Charlot, dos cuplés de los Hombres del Campo, un guiño a Los Hijos de la Noche y algo de los Braceros. La música suena vigente, las letras saben a gloria, se les entiende todo, calidad suprema y cierto coraje de fondo entre los gaditanos, que cantan por no llorar, que emplean metáforas contra el olvido. "No sabemos lo que tenemos". Los ayamontinos tratan a Villegas como a una celebridad, la chirigota local canta al homenajeado y al final todo el teatro se dirige a Villegas con pasión y amor fraterno. Qué pechá de llorá. El mundo frena en seco. Un viaje inolvidable. Enrique Villegas vuelve a su niñez.
Junio 09, Cádiz, Diario de Cádiz
martes, 23 de junio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario