domingo, 23 de marzo de 2008

Arquitectura de la felicidad turística

El mundo al revés. Se acaba el verano oficial y retorna el calor, ven a la escuela de calor. Arde la calle al sol de Levante, tribus de turistas buscan, comparan y no encuentran algo mejor. Andalucía, déjate llevar por las sensaciones. Ahí estás tú, disfrazado de explorador, abres tu particular google y aparece ante tus ojos un panorama único, la leyenda del tiempo y del espacio. Por ahí van unos tipos promocionando el producto andaluz, "consuma turismo andaluz", y eso hace el personal a salto de mata. Más allá de nuestras mentes diminutas, Cai se alza luminosa y bullanguera, guiña con complicidad a sus compañeras de legado andalusí y vende tol pescao. Tol pescao vendío.
Los cuatro costados de la joya turística de Al Andalus respiran envidia sana y se ponen de acuerdo para despachar sus mejores quimeras. Alrededor de la Catedral de Cádiz, la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba y la Monumentalidad de Sevilla giran las tiendas de cachivaches, mercado común del souvenir, globalización del eurosablazo. En Cádiz prima el chovinismo extremo, en Sevilla no andan a la zaga, y en las medinas árabes del antepasado brilla el color y limpian las calles. Cádiz, con diferencia, es la ciudad más guarra, la capital del respeto nulo a lo propio y a lo ajeno, ya se sabe, cada gaditano lleva un vikingo dentro. Claro que una cosa es el centro turístico y otra donde vive la gente, como cantaban los Pata Negra veinte años atrás. En la calle Larios de Málaga apenas arrojan papeles y bolsas al suelo, gran calle peatonal, un mundo peatonal al servicio del capricho fugaz del turista y del paseante malagueño, que hace suya la calle. Larios es ancha, larga y cuenta con numerosos afluentes. La calle Ancha de Cádiz es la única calle andaluza llamada Ancha que no es ancha ni ná, aunque sí encantadora, oasis entre tanto coche. Cuando llegue el segundo puente, Cádiz será puro coche. Las hermanas andaluzas superan a Cádiz en vocación peatonal, pero también disponen de más suelo y de más parné para cumplir sus anhelos. Y quizá de más empuje empresarial y político Sin embargo, los expertos turísticos hablan del milagro gaditano, del espectacular crecimiento contra viento y marea. Por ago será. La playa y el sol, los factores más antiguos del turismo, los que intentan arrinconar algunos esnobs, para vender huecos platos turísticos decorados, dejan a Cádiz en mejor lugar. No hay más linda playa en el sur de Europa, no hay arenas más finas, no hay litoral más amplio que el horizonte, en Cádiz, la Victoria, a pesar de barbacoas y botellones varias. El turista compara. Málaga tiene a Picasso, Málaga posee zonas verdes incrustadas en el horroroso desarrollismo de los sesenta, el mismo que se cargó Cádiz de Puertas de Tierras afuera, pero Cádiz tiene una playa, varias playas para fardar. Cádiz no tiene a Falla, en Cádiz se mima más al foráneo que al lugareño gran paradoja del localismo exacerbado. Pero el museo de Picasso malagueño, pa qué nos vamos a engañar, no es la gran maravilla de la creación, más que nada por su contenido. Poca cosa, comparado con otros museos del mundo como las casas de Pablo Neruda, sin ir más lejos, o quizá yendo la mar de lejos, al fin del mundo, Las casas museos del poeta universal chileno, en Santiago, Valparaíso y sobre todo en Isla Negra, son dignas de alabanza. Las de Picasso, Alberti, Falla, García Lorca, carecen de majestuosidad y no se pueden contemplar tantas obras porque éstas siguen en manos privadas. Normal. La ruta turística de García Lorca, en su Granada del alma, merece la pena, en especial asistir a las actividades programadas por su Fundación en la Huerta del poeta. La de Alberti, huérfana de tantos atractivos, sumida en el olvido y en cierto oscurantismo, no se promociona como debiera. De Falla, mejor ni hablar. Para la mayoría del planeta, Falla fue granadno. Por algo será.
En las angostas calles que conducen a la Mezquita cordobesa puede el visitante escuchar los rumores del Guadalquivir y ver pasar por un cinema de juguete imaginario todas las imágenes de un mundo rico en cultura y en fragancias. Igual que en Granada, donde la Alhambra reina por derecho y anula el resto de atractivos turísticos, Córdoba es mundial gracias al legado andalusí. Cuentan que Bob Dylan, tres años atrás, exigió una visita privada a la Mezquita para tocar en la ciudad regida por Rosa Aguilar, y que también paseó de incógnito por la Alhambra granadina a finales del siglo pasado. Como Lou Reed y Patti Smith, iconos de la cultura rock transoceánica.
Cádiz, en esta clasificación turística apresurada, gana en playas, pero pierde en ruído de fondo, en volumen de negocio, en tantos detalles pequeños e importantes. Sevilla, ya se sabe, tiene un color especial y un poderío imponente en el aspecto turístico. Cádiz es pionera en casi todo, según sus triunfalistas políticos de uno y otro signo, pero sigue a años luz de sus hermanas andalusís. La mejora del casco histórico comercial gusta al turista, que combina su amor al pasado con las luces de neón, parece un avance. El servicio de hostelería, que según la propia patronal necesita de mano de obra especializada, intenta alcanzar las cotas deseadas. Pero no parece de recibo que el turista sea zarandeado literalmente por abusivos precios y ofertas escuálidas. El descaro de quien quiere hacer el agosto a costa del prójimo, el pan de hoy y el hambre de mañana. Valga como ejemplo algún restaurante a la vera de las playas gaditanas, de la Victoria y de la Caleta, que practican la puñalada a traición. Nada que ver con la profesionalidad y los precios de otros, como en el Mentidero, en el mismo paseo marítimo o en el centro del centro. Una ración de pescaíto, por ejemplo, cuesta tres veces más donde los sinvergüenzas. Cuidaíto con las carteras, los bandidos acechan.
Alguien prende el televisor y aparece el filósofo Punset con sus pelos alborotados, con toa la cara de Garfunkel recién levantao, y sin pretenderlo habla de Cádiz. Un invitado, también pensador, se refiere a la arquitectura de la felicidad, una cosa muy católica, y dice que la gente suele llorar cuando ve o siente cosas hermosas, con las obras de arte o las puestas de sol, con las canciones o las pinturas, y recuerda lo que falta en su vida. Cádiz, la ciudad que sonríe por no llorar, aparece de pronto en el corazón de la arquitectura de la felicidad, pues Punset dice que el ser urbano de hoy en día haya alivio y alegría, dicha y ausencia de ansiedad, merced al encuentro casual. Las ciudades donde aún las personas se encuentran de casualidad, hombre, Pepe, qué alegría verte, son más alegres y divertidas. La gente conoce más de cerca la felicidad fugaz y huye mejor de la soledad, aunque sea hacia adelante. Lo de la arquitectura alude a iglesias, templos, estadios, garitos, y de eso Cádiz también anda sobrado. Igual que de falta de humildad.
El turista medio se queda alucinado con las charlas callejeras del gaditano de pro. En medio de la vía, ocupando toda la vereda, con frenazos en seco o pasitos palante y pasitos patrás, el encuentro casual se ejercita en Cádiz varias veces al día. A grito limpio, en numerosas ocasiones, o con expresiones onomatopéyicas, síntesis del vámonos que nos vamos que al visitante asusta o enamora, cautiva o aborrece.
Los turistas preguntan al viento, sin encontrar respuesta, por qué en Cádiz vale más caro el autobús urbano que en otras capitales, pese a que los recorridos suelen ser mucho más breves; por qué en Cádiz se rompen las cosas por deporte; por qué en Cádiz la oferta cultural escasea, a la par que se incrementa la demanda de torneros fresadores, los currelantes galácticos de la nueva centuria. ¿Y por qué en Cádiz tantas mujeres se han teñido de noruegas con lo guapas que estaban morenas de verde luna?

Septiembre 07, Crónicas Urbanas (Diario de Cádiz)

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