Capaz de reducir el mundo a un inmenso momento minimalista, y de hacer creer a su público que ese mundo ya es otro, acaso el menos esperado, Drexler cerró su gira española en Jerez. Gente heterogénea, de casi todas las edades, llenó el Alcázar, al aire fresquito, y compartió casi dos horas de vida con el impar artista uruguayo. Drexler lo transformó todo, hasta el presunto bullicio de la tierra, que viró a silencios cómplices y cantos sincopados. Ante tamaña demostración de exquisitez, buen gusto y música sin fronteras, el público cantó bajito, se dejó llevar por la belleza de las dudas y éstas se tomaron un respiro. Críptico, electrónico, poeta de la luz, tímido fugaz y rebelde, maestro de las tablas, el músico mostró lo mejor de sí mismo, incluido ese humor de fin de gira que transformó a los artistas, también a ellos, en gente diferente. La noche resultó gloriosa, Drexler sonó de maravilla, fluido y limpio, y su banda, perfectamente engrasada, le siguió las bromitas y los golpes de inspiración. Y el público no tuvo más que participar en el ágape.
Hasta los silencios sonaron a gloria. La vida vale lo que un sol, y un contrabajo recorre los vericuetos del ritmo contagioso, ahora eléctrico, luego acústico, del desierto del norte a la patagonia de los sueños invisibles. Ecos, luces intermitentes, gente atrapada por la emoción, fino humor uruaguayo y guasa jerezana. Alguien gritó de improviso: "¡Tío bueno!", y Jorge salió airoso del trance con elegancia y saber estar. "Muchas gracias, caballero, pero no le veo". Este tipo sabe que la máquina la hace el hombre y que el hombre hace lo que le da la gana. A partir de ahí, Jorge entabló una estrecha relación con el público, hizo lo que quiso con él, lo llevó por sus primeros discos, por los ecos de su éxito mundial y también quiso conducir en contramano por los rincones de la melancolía. Pero en verdad hubo poca melancolía, más bien lo contrario. Drexler se atrevió con versiones de Leonard Cohen, danzando hasta el fin del mundo, Radiohead y Jackson Browne, de quien tomó prestado un pasaje de "Stay", e incluso se imitó s sí mismo, pues tocó de medio lado, sin darle importancia, el Oscar que no le dejaron interpretar los yanquis: "Al otro lado del río". A capella.
El público pidió "Soledad", qué hermoso contrasentido, y vino acompañada de la anhelada "Antes", y él se dejo querer, y las tocó todas, todas a su tiempo. "Ahora tocaré la que quieran ustedes. No, esa no, que la cantaremos después. Pidan otra". En tiempos salvajes en que triunfan los divos, se agradecen las idas y venidas del antidivo uruguayo, que llegó a espetar a la gente cuando observó diminutas luces coloradas en el patio de butacas. "Antes estaba prohibido grabar un concierto. Hoy todo vale. Haced lo que queráis, por mí lo cuelgan en el Youtube, así lo veo y puedo mejorar los fallos. Y por favor, traten el material con cariño". Luego contó que una chica, en Bilbao, le confesó que había bajado todos sus discos, así que, calculando, calculando, le entregó doscientos euros como contraprestación. "Pueden ustedes seguir el ejemplo", soltó del tirón. Drexler, artista del doble sentido, no en vano pertenece a otra tierra carnavalera, sabedor de que su obra ya pertenece a todos, y quizá a nadie, remató la noche con un rotundo candombe, pero antes brillaron la zamba, prima hermana lejana de la bulería, y sobre todo, la milonga. Jorge transforma el mundo y las canciones en milonga, resta trascendencia a lo mayúsculo y reduce su esencia a un momento de felicidad extrema.
Drexler transformó sus temas recientes con arreglos innovadores, algunos de ellos arriesgados, y supo trajinarse el asunto a su territorio. Un terreno lindo, alejado de las patrias y las banderas, que la gente abonó con su máxima consideración.
Agosto 07 (Diario de Cádiz)
Hasta los silencios sonaron a gloria. La vida vale lo que un sol, y un contrabajo recorre los vericuetos del ritmo contagioso, ahora eléctrico, luego acústico, del desierto del norte a la patagonia de los sueños invisibles. Ecos, luces intermitentes, gente atrapada por la emoción, fino humor uruaguayo y guasa jerezana. Alguien gritó de improviso: "¡Tío bueno!", y Jorge salió airoso del trance con elegancia y saber estar. "Muchas gracias, caballero, pero no le veo". Este tipo sabe que la máquina la hace el hombre y que el hombre hace lo que le da la gana. A partir de ahí, Jorge entabló una estrecha relación con el público, hizo lo que quiso con él, lo llevó por sus primeros discos, por los ecos de su éxito mundial y también quiso conducir en contramano por los rincones de la melancolía. Pero en verdad hubo poca melancolía, más bien lo contrario. Drexler se atrevió con versiones de Leonard Cohen, danzando hasta el fin del mundo, Radiohead y Jackson Browne, de quien tomó prestado un pasaje de "Stay", e incluso se imitó s sí mismo, pues tocó de medio lado, sin darle importancia, el Oscar que no le dejaron interpretar los yanquis: "Al otro lado del río". A capella.
El público pidió "Soledad", qué hermoso contrasentido, y vino acompañada de la anhelada "Antes", y él se dejo querer, y las tocó todas, todas a su tiempo. "Ahora tocaré la que quieran ustedes. No, esa no, que la cantaremos después. Pidan otra". En tiempos salvajes en que triunfan los divos, se agradecen las idas y venidas del antidivo uruguayo, que llegó a espetar a la gente cuando observó diminutas luces coloradas en el patio de butacas. "Antes estaba prohibido grabar un concierto. Hoy todo vale. Haced lo que queráis, por mí lo cuelgan en el Youtube, así lo veo y puedo mejorar los fallos. Y por favor, traten el material con cariño". Luego contó que una chica, en Bilbao, le confesó que había bajado todos sus discos, así que, calculando, calculando, le entregó doscientos euros como contraprestación. "Pueden ustedes seguir el ejemplo", soltó del tirón. Drexler, artista del doble sentido, no en vano pertenece a otra tierra carnavalera, sabedor de que su obra ya pertenece a todos, y quizá a nadie, remató la noche con un rotundo candombe, pero antes brillaron la zamba, prima hermana lejana de la bulería, y sobre todo, la milonga. Jorge transforma el mundo y las canciones en milonga, resta trascendencia a lo mayúsculo y reduce su esencia a un momento de felicidad extrema.
Drexler transformó sus temas recientes con arreglos innovadores, algunos de ellos arriesgados, y supo trajinarse el asunto a su territorio. Un terreno lindo, alejado de las patrias y las banderas, que la gente abonó con su máxima consideración.
Agosto 07 (Diario de Cádiz)
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