domingo, 30 de marzo de 2008

Jugándose la (calidad de) vida


Buscando detrás de canciones nuevas, pasos y gestos se encuentran espejos de luz. En bici, volando, un ratito a pie y otro caminando. En barco o en un tren de lejanías. Soterradamente o por derecho. A la primera persona del verbo Cádiz que ayude a comprender esta ciudad piensan regalarle el tiempo, tres mil años del tirón, y la fe del pueblo cadista y cofrade. La copla del pregonero Sanz suena a plegaria azul. Escuchada junto al mar, a bordo de un caballo de metal o en medio del bullicio o del silencio pertinente, suena distinta y evoca cosas en boca de Cádiz, capital cultural del pasado futuro, cumbre de las mejores quimeras, nación de nacionalidades indisoluble, voluble, insolvente, patrimonio de la humildad y la paciencia. Veamos a cómo está la calidad de vida en Cádiz.
A la primera persona que ayude a Alejandro a salir de este infierno, y quizá se refiera esta estrofa a la avenida de la desesperación y posterior caravana del puente, le regalan un perrito piloto. El euro pa quien lo quiera, canta, y el euribor también. Mejor que coger el tren de los momentos se antoja un paseíto en Vapor o un tiro de catamarán, más tipico sí lo hay, y llegar a Cádiz con cara de velocidad. La saludable y utópica iniciativa del Consorcio de Atascos de la Bahía de proporcionar una bicicleta a los viajeros del mar aún no ha calado hondo, claro, pero de alguna manera hay que empezar o terminar. Dos semanas lleva en marcha la experiencia. Los usuarios del "rapidito de El Puerto" pueden coger una bici gratis para darse un garbeo por Cádiz o trasladarse a la ciudad portuense de tal guisa. Ya lo han hecho unos cuantos. No muchos, pues se han cruzado muchos días de lluvia. Una docena de estrenos de manillares. "Muévete por la Bahía". Las condiciones son claras: tener más de dieciocho años, presentar el deneí o pasaporte y fotocopia de los mismos, a dejar en la ventanilla, firmar un contrato de préstamo gratuito, conducir "con la diligencia debida por calles pavimentadas" y devolver la bici en condiciones. No vale llenarla de pegatinas bordes ni chocarse contra el puesto de la Aduana, donde por cierto no hay control antidopaje pero sí bombillas nuevas. En caso de siniestro, "llamar inmediatamente a la terminal marítima", dicen los del Consorcio. En caso de fallecimiento no hace falta llamar. O sea, que las bicis son de Huelva, como la declaración de Rodríguez de Castro en la Zona Franca, que le sale a devolver un montón de pasta y algunas bicis que se llevó prestadas.
Nada más salir del puerto gaditano, rumbo a lo desconocido, lo más aconsejable es aparcar la bici, aunque ya quitaron los modernos aparcabicis de la Diputación porque se quedaron mohosos por falta de uso, o quizá mejor doblar la bici en mil y metérsela en el bolsillo. Ir en bici por Cádiz significa jugarse la vida, desde san Juan de Dios hasta la esquina de Comes, la peligrosa esquina del viento, donde las rotondas invisibles y las curvas imposibles agrian el carácter de la gente. Si a esa altura sigue vivo, el ciclista se siente contento de la vida alegre y divertida, y le esperan lindas sensaciones por la Alameda, el parque Genovés, la Caleta, los castillitos, la luz marina, los cláxones, los fernandos alonsos que pueblan la vía, frenazos en seco, carga y descarga de mal humor, el futuro en doble fila, momentos intermitentes que me quede como estoy, el ritmo de la ciudad que no viene en los folletos turísticos. Quizá por eso Alejandro Sanz se pregunte dónde han guardado los sueños, las promesas, el ayer y el miedo. No hay más miedo que el que se siente cuando ya no sientes ná desde lo alto de una bicicleta por las calles de Cádiz. A tomar por saco la "bijicleta". Calidad de vida, aro, aro, carriles imaginarios para bicicletas en la dictadura del coche, la que fomentan autoridades y los demás consumidores. Carriles sobre la acera, líneas de colores pa matarse gratis que conducen a la misma pared, el muro de la incomprensión. No hay sitio, no hay tiempo, y el Sanz canta que a la primera persona del verbo Cádiz piensa enseñarle hasta el mar, y que a las primeras personas que le lleven a la verdad y no le quieran juzgar, como al baranda de la Zona Franca, piensa invitarles a Cádiz, que pronto, gracias al cambio climático y a las funestas circunstancias vaticinadas por el agorero Al Gore, estará dentro del mar. Otros ya la ven suspendida en el tiempo, una ciudad con mágica luz y un mar tremendamente celeste, tesoro que resiste a la prisa y transmite sosiego y tranquilidad. Eso, eso, tranquilidad. El mar. Peor lo pone el director de la Red Sísmica Española, Emilio Carreño, un zangangui que dice que el terremoto que sacudió Lisboa en 1755 y llegó a Cádiz en forma de tsunami, que es como se llama ahora al maremoto, podría repetirse en 2205. Menos mal, llegaremos vivos al 2012. Algunos más vivos que otros. Pájaros y pescados. También anuncian con mala idea que en el 2050 habrán desaparecido gran parte de especies marinas, y eso sí que no. Huelga en el freídor. El gachó de la cosa sísmica advierte que estos fenómenos retornan cada 450 años y que las pérdidas serían más devastadoras. Claro, en aquella época no había pegous, ni inmobiliarias, ni hotel Playa, ni corrupción urbanística en primera línea de playa. Ni bacterias en la playa, ni hamburguesas xxl, ni alertas por el escarabajo comunista, pero ya había palmeras de chocolate, puentes de oro en Grazalema, cumbres de jefes de estado en los baches de La Viña. Sin puente no hay cumbre, amenazaba ya Teófila en el mil setecientos y pico.
A buen recaudo la bici, que hay que devolverla antes que Rodríguez de Castro, el visitante ocasional, ser urbano por nones, acude a la vía peatonal, al centro comercial, y comprueba que llevan razón los tangos escritos por Carlos Lencero para el nuevo disco de Chano Domínguez: "El fuego que a mí me quema no se apaga con el agua, que se apaga con candela". Fuego en Columela. Conjugando con fuego en Cádiz-Cádiz. Arde la calle al sol de Poniente, se pasean las tribus humanas por la pasarela presuntamente peatonal. El club de calidad de vida, como lo llaman, no carece de clases. La Nueva no es tan Nueva, mira las tiendas añejas guiñando el ojo a la gente, y San Agustín no ve casi ná, igual que agoniza la tenue luz en las calles de San Francisco de junto. Casi a oscuras, suenan ecos de Steve Wonder aflamencados, alguien toca la sensibilidad de Cádiz por una monedas. Junto a Segundo y Rosita. A media luz. Ese lentísimo ayuntamiento no tiene luces para el inicio del paseo comercial, tó lleno de bancos, ya sabemos dónde está el dinero, en el fondo del mar, matarile, y de pronto se hace la luz, treinta por ciento de beneficios, y Columela brilla con todo su esplendor, pero de peatonal nada. No vea cómo está el tráfico de niños en Columela. Las madres, y sobre todo las abuelas, van a toda leche y frenan en seco para conversar con otras madres y abuelas suicidas, y los atascos son peores que los del cruce del río San Pedro. La vorágine en coche de capota. Imposible adelantar por la izquierda, hay gente que frena en seco, ocupa la calzada con bolsas, organiza corrillos monumentales, se amotina a las puertas del negocio sin fin. Pasa un tipo haciendo negocios inmobiliarios por teléfono. Los mendas del mercado negro arrojan al suelo el género que más gusta ahora, colores atigresados, cinturones de leopardo, espejismo de lujo, fachion glamú, y de improviso alguien exclama algo, agua en su idioma, y guardan las cosas en un periquete en un atillo, esta gente conoce incluso a los queos de paisano, y disimulan apostados en las esquinas. Los maniquíes de las franquicias son chivatos, cuidaditos, y el tiempo se para en un longines de verdad, sin falsificar, hasta que la carrera de coches de capota llega al Palillero, pa respirar. ¿Tosso? ¡Ejem! En el escaparate de la tienda de Tosso, la de toda la vida, hay un cartel que dice: "Este zapato se encontró ayer en la plaza. La madre que lo perdió puede pasar a recuperarlo". Y un zapato de bebé. La madre que lo parió. Arte de verdad, artesanía comercial frente a la uniformidad, frialdad y malas hechuras de las franquicias que lo invaden todo co sus contratitos basura y su ropa de usar y tirar. Que han arrinconado los multicines, dolby sistem, ya no hay sitio ni pa los subtítulos en gaditano. La última peli de Woody Allen sólo se proyecta en Cádiz. Increíble pero cierto. Al lado del zapato de Tosso, expertos en comunicación de carne y hueso. Aún quedan personas humanas. Un bolsazo a la primera persona que recoja el zapato de Cenicienta. En Cádiz hay días cenicientos y tardes de neón y de cartón.

Noviembre 06, Crónicas Urbanas (Diario de Cádiz)

5 comentarios:

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