En las entrañas de la noche, a un paso de la Calzada, a la vera de un circo de atracciones variadas, al fresquito del primer viernes estival, venden camisetas ecológicas diseñadas por Manolo, pelotazos a precio de oro y un poco de catarsis colectiva. Un padre con peinado a lo Anasagasti, y su hijo con novia incorporada. Una pareja de enamorados, un matrimonio bien avenido, madre e hija apoyadas en la luna, y un grupito de revoltosos chipioneros que fuman, beben y cantan a todo pulmón el repertorio completo del catalán. Todos se las saben todas. Y en el centro de la soledad del mundo tecnológico, una chilena que ha conocido recién a García a través de su cuarto álbum. La chica no pierde detalle de la exhibición de poderío escénico de Manolo, sus desplantes toreros, sus arabescos vocales, y su habilidad a la hora de estructurar un espectáculo que causa conmoción y provoca varios momentos de excitación entre la variopinta audiencia. Manolo se comporta como un chamán rockero, de aquí para allá, y ahuyenta los espíritus más chungos, al tiempo que la gente hace suyo el concierto.
"Un placer volver a Cádiz", espeta el artista ya metido en harina, pidiendo a gritos el primer rexona. Si la memoria no le abandona, ya en el primer disco de El Último de la Fila se menciona a Cádiz, "vámonos pa Cai a comer pescaíto frito". Manolo lleva dos días en Sanlúcar, agradece las muestras de afecto recibidas y las convierte en bumerán. La bailarina Marta Fernández interpreta sones y palabras de un modo singular, locuaz, generosa y sencilla, como la actitud de Manolo, que lo mismo trinca las congas que pasea por Al-Andalus, puro rock andaluz, mientras ella realiza acribacias o ejerce de mimo. La pandilla chipionera vocifera hasta las letras más barrocas, algunos espectadores de junto ponen mala cara pero al cabo del rato se asombran a sí mismos cantando como bellacos, a ver quién escapa del gran karaoke mundial. La hija de su madre llama a su hombre, levanta el celular y le deja escuchar. Manolo dedica el concierto a los pequeños y medianos agricultores y ganaderos, y a los pescadores gaditanos. Apuesta por un cambio de vida, por la cultura viva, y arde la memoria en versión acústica impresionante que pone a prueba a los chavales, que van ya como motos e improvisan sobre la marcha. Sin respiro. Sonido perfecto, espectáculo redondo. La banda, intuitiva y precisa, con el linense Juan Carlos García al frente y Nacho Lesko de fiel escudero.
Manolo, el más cercano, hace honor a su condición y baja del estrado, se pone al nivel de la gente, cruza el teatro no sin esfuerzo, cantando, abrazando, conjugando los verbos menos tristes, tras hacer volar los pájaros de barro, y se encarama en lo alto de la mesa de sonido, corona la torre más alta del teatro y la gente alucina en colores. El padre de medio pelo evoca sus tiempos de rockero, la chilena no da crédito, como los dichosos bancos, y la novia del mundo suspira por aviones plateados, que no sobrevuelan el recinto pese a las ansias de insurrección. "¿Dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?". Manolo necesita a la gente, se alimenta de energía de ida y vuelta, es capaz de ir a San Fernando un ratito a pie y otro entonando la canción de la libertad. "La música es libertad, la música puede detener el tiempo, como en este instante", se confiesa el artista, que antepone "la esperanza" a los "temores que nos atacan desde los medios de comunicación", así que monta a la señora esperanza al trapecio, para ver pasar la vida en movimiento, y la gente se retuerce y se dirige a "Manolito" entre vítores. "Soy Manolito gracias a ustedes, y Manolito no hace ná sin un grupo imbatible con tanta magia". Los revoltosos chipioneros llevan ya un morazo considerable, el padre baila, su hijo besa a su novia, los jóvenes cantan como cosacos, todo fluye a gran velocidad. Ahí es cuando se precipitan los acontecimientos, suena la segunda y última de El Último, "Lápiz y tinta", diez años después de la separación del mítico grupo, los bises se amontonan, se acaba lo bueno y Manolo enfila los vestuarios envuelto en sudor y extenuación, como un boxeador, cubierto con una toalla blanca. Pero quiebra a los miembros de seguridad y sale por la otra puerta para hablar con el público que, a su juicio, podría haber sufrido problemas de visión o algo. Estrecha la manos al personal, nadie pide la devolución de la entrada, sería de locos, pero Manolo quiere saberlo de primera mano. Por algo es el empresario de la noche, un empresario sui generis, capaz de devolver la ilusión a cuatro o cinco mil personas.
Desde los balcones piropean a Manolo. Un gachó, el típico, comenta en voz alta: "Mira, Manué, los balcones", y luego conmina al catalán a retirarse: "Anda, vete ya, hijo, dúchate". La producción convida entretanto a invitados, compromisos y periodistas a una copita, hasta que Manolo aparece de nuevo y atiende a todos, uno por uno, firma autógrafos, pone cara de Manolo a los cientos de flashes que recibe a traición, a quemarropa, recibe regalos, habla bajito y sonríe a la vida y se hace una foto con Lorena, la chilena que apenas sabía de él. Manolo confiesa que está deseando volver a Chile, "pero de turista, a conocer Chiloé" y la Patagonia que retrata en su último disco, donde los glaciares se están secando. No así la fertilidad creativa y la dignidad del artista, Manolo, Manolito.
Julio 09, Verano, Diario de Cádiz
6 comentarios:
Yo estuve allí y aunque le diese mil vueltas al texto no puedo aportar más detalles de los que recoges tú en tu crónica. Un placer leerte, felicidades
Yo no estuve, con lo cual te agradezco todo lo que cuentas, aunque lo mejor es cómo haces el recorrido, estaba intrigada con los episodios que has ido incorporando de "por medio", ja ja,... menos mal que no nos dejas sin deselance. Y la foto está genial, esa sonrisa que compartes de Lorena con Manolo!
gracias a ambos. Me gusta ese apodo, jeje, ceroencoducta.
el desenlace fue esa sonrisa de Lorena, como bien dices, Eterna. Ella, que apenas conocía a Manolo García, terminó charlando con él sobre Chile, los glaciares, Valparaíso, etc. Y Manolo demostró ser un coqueto de tomo y lomo, pues pidió otras fotos, y un tío con la mar de sencillez y paciencia. Agotado, pero amable, nos contó que estuvo hace un par de años en el Carnaval de Cádiz, que conocía la Patagonia chilena por los libros, aunque visitó dos veces el país andino y alucinó con el viaje de Santiago a Valparaíso, no es para menos. Grandísimo Manolo !!
Ponle la música: "Serena barca, en donde rema mi reina, reina de mares, de las finas dagas...." Creo que Manolo ha sabido definir Cádiz en este tema.
gran canción, Charo, que por cierto no tocó en Sanlúcar, quizá para dar paso a temas nuevos ... me gusta la visión de Manolo acerca de Cádiz, sus imágenes, su sensibilidad, un abrazoooo
Eres auténtico Manolo Gracia me me enseñas mucho sobre las reflexiones de la vida qué admiro te quiero
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