viernes, 3 de julio de 2009

Manolo abre fuego

Hemos venido al mundo de vacaciones. Uno es lo que ha vivido. Manolo García fue monaguillo antes que artista. El cantante catalán, que esta noche actúa en el teatro municipal de Sanlúcar embarcado en la segunda parte de la gira de "Saldremos a la lluvia", su disco en solitario más transparente y dichoso, creció al calor de un transistor. Manolito nunca tuvo edad, jamás ha confesado su edad, pero pertenece a la generación que descubrió casi a la par el cancionero de Antonio Molina y Juanito Valderrama, por un lado, y la revolución de los Bravos y los Brincos, por otro, hasta desembocar en la adolescencia neojipi y pop-rockera, entre efluvios cósmicos de King Crimson y trallazos eléctricos de la nueva ola. De chico era bueno para el dibujo y malo para las matemáticas. En plena edad del pavo se compró su primera batería, con la que aporreaba sin cesar "Los ejes de mi carreta" o el célebre solo de Iron Butterfly en "In-a-gagadavida". Hasta los catorce años, pasó los veranos en la localidad albaceteña de Férez, cuna de una de tantas familias que emigraron al barrio barcelonés del Poblenou.
Manolo trabajó en una carpintería, de descargador de muebles, delineante y publicitario. Es curioso, destacó como creativo en una agencia publicitaria. Hoy rechaza de plano el patrocinio de sus conciertos. Un día se reveló como cantante y ganó unos duros registrando versiones más o menos aproximadas, con destino al otrora suculento negocio de casetes de venta en carreteras, de Triana, Miguel Ríos y la Orquesta Mondragón. Luego llegaron Los Rápidos y todo se precipitó. Tocó, aun así, la batería en el primer disco del argentino Sergio Makaroff, "Tengo una idea", y a bordo de su primer grupo serio, Los Rápidos, y su continuación, "Los Burros", más cercanos en planteamientos a El Último de la Fila, estuvo a punto de abandonar la música por falta de sustento, por así decirlo. De pronto, la pobreza entró por la ventana, el amor cogió la puerta, Manolo y Quimi Portet sellaron la alianza más fructífera y peculiar de los años posteriores a la mal llamada movida, y ambos enfilaron el camino contrario al fracaso con total naturalidad. Hasta hoy. Manolo siguió solo, volando con sus pájaros de barro, y desde entonces, nadie sabe desde cuándo, hace lo que le viene en gana de un modo la mar de fructífero. El joven aprendiz de rockero que diseñaba camisetas y enviaba sus propias notas de prensa a los medios de comunicación a modo de divertidas misivas, hoy pinta mucho en la escena hispana, hasta expone sus cuadros con regularidad, y su prestigio se antoja intocable. Manolo vuelve a la provincia gaditana, donde ya ha cosechado numerosos trofeos merced a su sencillez, que contrasta con un repertorio tan abstracto como luminoso, honestidad y trabajo, vacaciones musicales, respeto al público, generosidad, y aversión a los focos más allá de su hábitat natural, el escenario de su vida.

Julio 09, Verano, Diario de Cádiz

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