Julio 09, Verano, Diario de Cádiz
domingo, 26 de julio de 2009
Magia al relente
"Voy a tocar algo que me enseñó Camarón". Menudo honor. Jorge Pardo se pone flamenco, toca la flauta con naturalidad y tino mientras un guardia de seguridad "persigue" a los fumadores y los castiga contra una pared del Castillo de Santa Catalina, junto a las antiguas mazmorras. Vuela libre el silencio. El legendario músico madrileño percute vientos de la tierra, la noche se va a vestir de vientos opuestos e intercambiables. El público, acorde con el fresquito que reina a la vera de la Caleta, acumula sensaciones, disfruta de la heterodoxia, el virtuosismo y la dotes de improvisación de los artistas y al final estalla de alegría merced al ritmo y al humor surrealista de Tomasito. Todo en casi dos horas. Casi nada. Falla, Ravel, olés en el momento preciso, expresividad y luz. Tradición y magia al relente. Jorge apenas suelta la flauta, Juan Diego se muestra imprescindible al toque, el Chispa reviste la caja y las congas de encanto y discreción. Hay bulerías, alegrías, guiños a la Perla y a Pericón, tirabuzones y escorzos en el aire, gente de toda clase y condición en el público: rastas, calvos, italianos, lugareños y el vigilante antinicotina. Todos miran fijamente al maestro Pardo, que embauca al personal con intensidad y sentido dramático, hasta que Tomasito se apodera de la escena y acapara la atención. Tomasito atrae las miradas desde chiquitito. Sus manos hablan, sólo el público de las primeras filas y los costados puede observar sus pies en movimiento, pero su lenguaje corporal refleja la madurez creativa del bailaor. Tomasito se recrea en una sonrisa, un golpe de cadera, el bacalado de Bilbado, los marcianos de la frontera, ecos venenosos, arte puro y el fino de su casa atrapa al personal. La emoción da paso al regocijo, dos por uno. Tomasito recuerda a Fred Astaire, a Lola Flores, a Michael Jackson, a Chiquito, y al niño que cogió la ola del ritmo y no la soltó hasta entrar en agua tapá. Pardo vuelve a la primera línea, en noche que se hace corta y brillante, y pregunta si hay prisa. No hay bulla. La trompeta de Enrique Rodríguez invoca tiempos locos. Cuerdas y vientos al compás. Otra vez por Camarón. Algún intelectualoide pasea por los pasillos dejando ver su pasado look de jazz rockero estilo Miami Vice, Tomasito presenta su trocotrón caminito de Jerez, ompare, y lanza un trabalenguas. El que lo coja pa él. Luego vuelve a la capilla para confesarse. Pardo dirige entonces otra muestra de música tolerante. Si un jerezano puede tocar blues de Chicago, un madrileño tiene derecho a adquirir duende y a tocar como los angelitos negros. Sin recurrir a tópicos, ni siquiera a la mayoría de las piezas emblemáticas incluidas en su último álbum, Pardo ofrece una lección magistral. El espectáculo, variado y liviano, concluye con una exhibición de leones, tigres y buitres, el cuerpo de Tomasito parece un instrumento al servicio de la marea alta, y su baile, una suerte de cómic flamenco y mundial. Qué camisa, Tomasito. La noche brinda un rompecabezas virtual que evoca las revoluciones sonoras del siglo pasado: flamenco, jazz, rock, tragicomedia ligera sin malos humos.
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