Casi nadie escucha. Las letras pierden valor entre tanto espectáculo, basta con echar un vistazo a los puntos del jurado diario, si es que sirve de barómetro de las coplas. Los primeros de cada modalidad lideran también la puntuación en tipos y popurrí, salvo excepciones. Todo muy vistoso, oiga. Como la vida misma, el Carnaval se abandona al rollazo mediático para sobrevivir, pero por ventura mantiene el pulso con la creatividad, la rebeldía con causa y el cachondeo libre de ataduras. Basta con dejarse llevar por algunos tangos más bellos que el silencio como el que Migueles brinda al ruido de fondo, pasodobles estratosféricos dedicados a los Monzón, cuplés que traicionan a la rutina y la desidia con naturalidad y popurrís tan originales como familiares. El tintero salpica libertades individuales y suspiros colectivos, bofetadas sin mano a quienes pretenden implantar la ley del terror verbal o simplemente sus veleidades. Cádiz, a veces, sufre complejo de libertad y se amotina con sus temores. En cambio, los gaditanos que quizá menos tienen que perder, ganan enteros cara a cara con la imposición, derriban mitos, pasan de puntillas por la gente y cosas importantes y moldean el aire como plastilina de colores. Gran letra de los superabuelos a la monarquía, homenaje popular a esa familia que tan mal lo está pasando con la crisis. La copla repasa las penalidades de los Borbón, que han recortado gastos de tal manera que hasta la Infanta Elena compra en Mediamarkt, ella no es tonta. Cuidado, señores poetas de Cádiz, ojito con las maldades y verdades, ya vieron lo que ocurió con El Jueves, un simple dibujito, no un cuplé borde, sino un simple dibujito y pal cajón. Cuidado con Letizia, que ya reina pal Diez Minutos, otro ejemplo de la victoria de la estética, la claudicación del pensamiento, aquí tiene usted su casa. En la casa del Falla, no obstante, gobierna el publiquito travieso, aunque menos "reventao" por los graciosos de antaño, que cada noche firma un repertorio que a naide deja indiferente. María siempre tiene la última palabra, claro. María da el visto bueno o calla por no llorar. María lo escucha todo, mira por dónde, porque antes de opinar hay que escuchar, no como el Herrero en casa de Chávez, entre dictadores anda el juego. El tintero llega a semifinales con sensacionales ejemplos de compromiso y de alpinismo, letras para reflexionar y letras para puntuar. Aquí cada uno hace lo que le da la gana, como dice el pregonero Ruibal. Es lo bueno del Carnaval: admite críticas, testimonios diversos, mil colores, un gesto, una letra, un ritmo puede desmentir al anterior. Las críticas reciben críticas, los piropos, abrazos, y las palabras suenan diferentes, nada parece lo que es y viceversa. Por cierto, gran repertorio de Ruibal en su encuentro digital en el Diario. Qué bueno cuando contestó, a la inevitable pregunta sobre la crisis económica: "¿Crisis? ¿Cuándo no hemos estado en crisis? Pienso que la crisis no es más que una excusa para inmovilizar el dinero por parte de los que lo ganan y ambicionan de una forma inmoral y obscena". Canta libre Ruibal el pasodoble del inmovilizao. Bienaventurados los autónomos. El mundo fue y será una porquería, pero desde Cádiz las cosas se ven y se escuchan mejor en estos días de espejismos. Posdata: y dale con que la final era demasiada larga. La final será igual de larga con menos agrupaciones que nunca, con lo hermosas y terribles que eran las finales del siglo pasado. Largas son las preliminares, oiga, larguísimas, y las semifinales, que serán las verdaderas finales, cortísimas. Cambio y corto.
La foto es de Jesús Marín
Febrero 09, Carnaval, Diario de Cádiz
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